El 21 de febrero de 1983, un tal Toni Rodriguez Pujol escribía un artículo de opinión en un diario, que no era diario porque sólo salía los lunes, y que, con bastante coherencia, se llamaba “Hoja del Lunes”. El artículo se titulaba “Mi casa …” y entre otras cosas, decía “hasta que llegó la crisis y el abandono …. hoy todo aquél se acaba … lo que el franquismo se le fué de los manos sucumbe ante el capitalismo menos lúcido … quedan toneladas cubicas de ideales y aire viciado sobre la mesa de la sala de Juntas de Rambla Catalunya … algo muy IMPORTANTE se ha derrumbado sin que nadie Haya querido o Haya Sabido evitarlo … colectivamente carecemos de consuelo y tal Vez de futuro … Hemos perdido territorio … somos unos extraterrestres … “.
La tesis del autor-que titula la pieza con una referencia al entrañable ET de la época-giraba en torno de una de las crisis que sufre periódicamente el periodismo y, por extensión (o por contaminación), la sociedad en la que se enmarca. Aquella vez se trataba del cierre del propio y querido “Hoja del Lunes” que hasta entonces había tenido el privilegio de salir solo cada primer día de la semana, sin más competencia que la de los medios audiovisuales. Es decir, muy poca competencia, si tenemos en cuenta que TV3 no existía, ni Catalunya Ràdio tampoco, ni las privadas, ni nada de nada, salvo TVE, RNE, Radio Barcelona y muy poco más.
La publicación dependía de la Asociación de la Prensa de Barcelona, que junto con las de Lleida, Tarragona y Girona fue reconvertida, con muy buen criterio, en el primer Colegio de Periodistas de España. Creo que a estas alturas, sólo hay otro en toda España.
La “Hoja” servía, entre otras cosas, para mantener unos puestos de trabajo y porque algunos compañeros casados y cargados de criaturas poguesin llegar a finales de mes, mientras el resto podía hacer fiesta como todo el mundo, porque la Asociación tuviera recursos suficientes, para disponer de una red médica y asistencial de primera categoría, y para regalar un jamón por Navidad a cada socio. Pero también, no lo olvidemos, para disfrutar de un medio de comunicación propio e independiente, de una fuerza tremenda, que pienso que todavía nadie ha sabido valorar suficientemente bien.
Jamones en parte, el periodismo de la “Hoja” era un periodismo sin empresa, pero no sin criterio empresarial, que habría podido recoger lo mejor de cada casa, con plena libertad de expresión y en un mercado fiel que nunca le había dado la la espalda. Ningún otro colectivo profesional ha disfrutado ni disfrutará nunca de un órgano de expresión tan potente como aquel. Su desaparición, entendida por el articulista como una pérdida de territorio mientras otros compañeros (incluso de izquierdas) lo defendían como una medida coherente con la libertad de mercado que todo el mundo-articulista incluido-quería por el país. Nadie se planteó dar la batalla por ese mercado que todo el mundo deseaba. Incluso algunos medios que acabaron quebrando. En resumen: se abandonó el campo de juego sin ninguna resistencia.
Fue un dominó. Primero cerró la “Hoja”. Después la Asociación. Entonces nació un Colegio, pero (la “libertad” por encima de todo) no fue de filiación obligatoria. El descenso estaba cantada y se fue produciendo gradualmente y progresiva. Hasta llegar al día de hoy.
Ahora ha habido unas elecciones, más fratricidas que nunca, que han dado una junta donde estatutariamente están obligados a convivir unos y otros. La participación no ha llegado ni al 30 por ciento. La gente se pide para que sirve el Colegio. La crisis económica nos vuelve a agobiar. La precariedad vuelve a ser la misma que en aquellos años, cuando entró en un medio quería decir tener una chamba inmensa o disponer de un enchufe de alta potencia.
Y ahora, cuando el legislador finalmente ha entendido que los Colegios profesionales deben ser obligatorios o deben ser otra cosa, volvemos a discutir qué queremos ser cuando seamos mayores.
Pues mirad, yo quiero ser periodista. De fuentes o de medios, pero periodista. Y para serlo con la dignidad que hay, solo hay una herramienta, que es la colegiación. Porque sin colegas no hay salida posible en una guerra económica y cultural que es y será dura, que nos necesita a todos y que nos necesita bien organizados.
Y si no, no nos torturamos más: cerramos la barraca y que cada uno haga la guerra por su parte. Es la mejor manera de perderla.
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