A medida que nos acercamos a las comerciales fechas de Navidad, los aficionados al cine miramos la cartelera con la desconfianza de quien sabe que el riesgo (cada vez más menguante) en las distribuidoras españolas desaparece del todo cuando se acercan días festivos. Lo sabemos bien: el verano y las Navidades son épocas para promocionar productos cinematográficos y abandonar las películas de cine.
Hoy es viernes y entre los estrenos de la semana encontramos, como avanzadilla de esta tendencia comercial, la nueva (y última) entrega de la saga Crepúsculo, llamada Amanecer: Parte 2 (ya sabemos que para explotar la gallina de los huevos de oro hay que dividir los libros en varias entregas y aumentar así el beneficio, tal como hicieron con Harry Potter). En efecto, llegamos al final de un período en el que los vampiros clásicos ya no son símbolo del mal que todo ser humano lleva en su interior, sino que se han convertido en una moda que ha beneficiado a los chicos de facciones femeninas y piel mortecina. Sin embargo, no podemos cantar victoria porque la cosa no acaba aquí: en sustitución del amor imposible entre una humana (Bella) y un vampiro (Edward), para el próximo verano en Estados Unidos ya está programado el lanzamiento de Warm Bodies, el amor en clave shakesperiana entre un zombi y una humana. De nuevo, una antigua figura del imaginario del terror pasa a ser carne de romances adolescentes para profanar su esencia.
Pero es mejor que no adoptemos el tono plañidero, puesto que aún hay esperanza. Buena muestra de ello es que hoy también podemos celebrar la llegada a las carteleras de Holy Motors, ganadora del Festival de Sitges. La extraña propuesta del director francés Léos Carax es una obra maestra que nos propone dejar de habitar las películas para pasar a vivir la realidad, todo ello en un ejercicio crítico de amor al cine en el que se reivindica, a través de la figura del actor Denis Lavant, la importancia de la fisicidad en un mundo cada vez más virtual. Aunque quizás el filme no se ajuste a todos los gustos, es una buena cata para quienes buscan apuestas arriesgadas y estimulantes; pero además se erige en un motivo de esperanza para quienes confiamos en que después del amanecer llegará la flagrante luz del día.
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