Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, y Albert Sáez, periodista, fueron protagonistas de dos ponencias muy interesantes que hemos tenido el privilegio de escuchar últimamente. Curiosamente, el contenido del hombre político fue eminentemente periodístico y el contenido del periodista, eminentemente político. Borgen y sus espejos cruzados, en versión doméstica y desde primera fila.
Dijo Puigdemont que, una vez superada la sociedad de la información, ahora vivimos básicamente bajo los efectos de la sociedad de la reputación, un concepto líquido y voluble que a menudo depende de corrientes de opinión generadas a partir de un simple click. Decía Sáez que la reputación de un partido se construye a partir de un buen proceso interno de negociación, de una cuidada selección de liderazgos y, en último término, de una formulación sintética y adecuada de los mensajes a transmitir al electorado.
Dos visiones complementarias, en un contexto que empieza a considerar superada la vieja etapa predictiva basada en encuestas de opinión más o menos contrastadas, cuando de avanzar resultados electorales se trata. “Probablemente, acabamos de asistir a la última votación política con encuestas a pie de urna”, dicen los expertos.
Efectivamente, parece inminente la salida al mercado de un sistema informático de análisis de redes sociales, capaz de predecir resultados electorales con una precisión centesimal. Se trataría de un programa que ya fue discretamente experimentado con éxito en el referéndum de salida de Europa del Reino Unido de la Gran Bretaña, ante la incredulidad de los analistas que basaban sus predicciones en el sistema tradicional de ir obteniendo respuestas aleatorias a preguntas inevitablemente indiscretas.
Reputación y big data, serían pues los vectores por los que circulará la comunicación del futuro inmediato, en un mundo en el que la anticipación de tendencias y la aparición acelerada de nuevas herramientas de trabajo tendrán que convivir con los efectos de una creciente ” infoxicación” y de un renovado ímpetu en los intentos de colonización del imaginario colectivo.
De hecho, como ha ocurrido siempre. La diferencia es que ahora, los instrumentos de trabajo son mucho más sofisticados y, tal vez, más peligrosos.
Tendremos que estar alerta.
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