Explica el neurocientífico Mariano Sigman (“El poder de las palabras”) que “las ideas, como la risa, el llanto, el miedo y el entusiasmo se contagian muy fácilmente y las multitudes (…) conducen fácilmente hacia el delirio”. Frente a eso, Sigman defiende las virtudes de la conversación en grupos pequeños, que -dice- “son su hábitat natural“.

La conversación es un acto de comunicación en el que dos o más personas asumen sucesivamente los roles de emisor y receptor de información, opiniones o sentimientos. El problema es cuando todo el mundo habla a la vez o cuando se mezclan informaciones con opiniones y sentimientos: entonces no hay conversación. Sólo hay ruido, un producto frecuente de la egolatría.

Consol Vancells, nuestra experta en construcción y mantenimiento de marca, escribe en Via Empresa que el primer día de cada curso que imparte sobre Strategic Brand Management en ESCI-UPF pide a sus alumnos unos minutos de silencio. Y una vez conectados con su propia mente y, por simpatía, con la de sus compañeros, es cuando les propone iniciar una conversación.

La conversación es, pues, constructiva. El ruido, en cambio, es destructivo. Por eso las organizaciones que basan su crecimiento en la conversación interna y externa son capaces de construir la felicidad relativa de sus miembros y por extensión, de su comunidad y, por tanto, tienen capacidad de crecimiento. 

Para crecer, dicen algunos empresarios de éxito, no es necesario rodearse de gente “imprescindible”. Lo que es imprescindible es rodearse de gente capaz de comunicarse adecuadamente.

Porque sin respiración no hay vida, pero sin comunicación no hay vida inteligente.

¡Feliz mes de marzo!