Cualquiera que haya invertido más de diez minutos de su vida al navegar por la red sabe que las posibilidades de encontrarse auténticos atentados ortográficos es altísima. ¿Qué es lo que falla aquí? Y lo que es más importante, no será sólo la punta del iceberg de problemas más profundos? La Vanguardia de hoy trata de responder estas preguntas:
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