En la década de los noventa, el profesor Fabián Estapé y el colega Josep Maria Ureta compartían un espacio informativo en Catalunya Radio, en un programa de Antoni Bassas, bajo el nombre de “economía recreativa”. Huelga decir que, dadas las características de sus portagonistas, el programa lograba comunicar una visión rigurosa, divertida, algo irónica, bastante relativista y sobre todo, muy desacralizada de la actualidad económica, y, por extensión, política, del momento. O, dicho en palabras más comprensibles, venían a demostrarnos que “en este mundo traidor nada es verdad ni mentira”.
A menudo pienso en ello. Concretamente, cada vez que finaliza una de nuestras frecuentes contiendas electorales y salen los analistas de guardia a hacer sus valoraciones. Con muchos analistas pasa lo mismo que con una gran mayoría de tertulianos: antes de que abran la boca ya sabemos qué dirán. Por ello, en estas ocasiones, suelo cerrar el sonido de la tele y para saber quién ha ganado me dejo guiar por el lenguaje no verbal de los auténticos protagonistas de las elecciones. Es decir, los candidatos.
Pero éstas no han sido unas elecciones normales, como sabe todo el mundo. Parecería más bien que han sido unas elecciones paranormales, en el sentido freudiano del término y en su manifestación concreta de la “capacidad precognitiva”. Es decir, como que todo el mundo ya sabía el resultado, que era el que deseaba íntimamente, sólo cabía esperar un análisis posterior ajustado a ese deseo.
Eso es lo que permite a los independentistas imaginar votos propios ocultos en candidaturas ajenas; a los unionistas contar porcentajes sin ponderar votos nulos o emitidos en formaciones eclécticas o poco definidas; y a los eclécticos seguir siendo eclécticos mientras dure la fiesta.
La situación requería tal vez una fijación previa de las reglas de interpretación de los resultados. Si son elecciones, son elecciones y si es un referéndum, es un referéndum.
Pero claro, ustedes podrían decirme que entonces no sería tan divertido.
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